Me adjudico esta derrota, a mis pies esta la bandera y en mi mano derecha la espada. Reconozco lo amargo de haber perdido pero me regocijo en mis heridas. Te saludo, oh, enemigo mio. Que la paz de tus largas noches no se estropee jamas.
Y una sonrisa burlona se escondio entre sus dientes, no dejaba de pensar en alacranes y viudas negras. La ponzoña que guardaba en su mordida lo alegraba realmente. Pocas veces resistian el efecto aquellos a quienes lastimaba.