Su cabeza reclinada caia ausente sobre la alfombra, los puntos minisculos e impotentes terminaban por crear una galeria eterna de sombras y relieves que no podia borrar de su mente. Las hileras que se sucedian parecian gritarle estridemente la normalidad con la que conllevaba el ocio. Las horas golpeaban prontas, fugaces como la lluvia de verano, y sin embargo nada podia reparar las distracciones cotidianas que le aquejaban. Como si el mundo pudiera apagar sus latidos hasta ser solamente un suspiro, e inclusive uno borroso e intangible. No pretendia moverse de su lugar, la vigilia hacia posible todos los sueños, borraba con creciente fuerza el vaiven de su cuerpo para dejarlo terriblemente impotente. Era el caos hipnotico de ese semi-orden, la forma sutil con la que podia encontrar todas sus pesadillas diseñas en artefactos pre-fabricados para temer soberanamente que no le quedara nada en que pensar, horrorizado de que una vez que recedieran todas estas ensoñaciones la cruel verdad de lo neutro se posaria sobre sus hombros.
¿Y que si de pronto los horrores oniricos le devolvian la mirada? ¿Quien podia reclamarle la cordura y la razon?
No le quedaba nada que fuera real por su propio merito; todos los objetos, condicionados por la percepcion, habia empezado a parecerse a sus propios rasgos, su cara tambien se encontraba espejada en el muro de mediocres reproduciones conformando con sutileza el peor de los tormentos. Nadie mas podia observarlo si no el, dueño de la tortura, en sus manos y en las manos reflejadas, el cuchillo destacaba por un brillo opaco que reconocia sin duda su propia insustancialidad.
El mundo se habia acabado.