Miraba desencajado a aquella puerta nimia, era como una marca en el territorio de los horrores nocturnos. Como un aqui y un ahora que pretendia destilar toda creencia, el mal existia y palpitaba en ese recodo de las viejas casas, apartamentos olvidados, desterrados a una pseudo permanencia, como una foto de parientes desconocidos que alguna vez en una decada sonrieron hacia el futuro, marcando memoria y estadia en un tiempo que pretendia destruirlos.
Y temblaba, sobretodo, sus nervios estaban destruidos por el golpe constante de los ruidos y el cansancio, una vida rutinaria de desaciertos que llevaban a su mente al borde de la locura. Era demasiado para el, luces blancas, autos humeantes, cosas desquiciantes, perimetros insondables de la estadia humana en una estructura alienigena. El mundo carcomia como acido su resistencia, por eso, al contemplar el plano irreal de sus miedos infantiles, la costumbre del desgaste necesitaba imponerse. Nada de esto podia suceder, no era real. Ya bastaba con el suplicio del yugo, con el estandarte de la socializacion y el esfuerzo poco duradero, para que agregarle al mundo cosas que no podias aferrar con la mano...
Pero aquella boca negra de ladrillos viscosos se unia a la muralla exterior, la reja quebrada, el aire que permanecia impasible, mas bien como de muerte exteriorizada, como alejado de la escena, sugeria una mueca de lo improbable, esa materia absurda que puebla las leyendas.
Como si el fuego no fuera fuego.